jueves, 11 de septiembre de 2014

Chatroulette (Un relato)

Chatroulette: definición de Elías Notario, extraida de: 
http://alt1040.com/2010/02/fenomeno-chatroulette-que-es-por-que-triunfa-y-hacia-donde-va

“¿Y qué es Chatroulette? Pues algo extremadamente simple, básicamente es un sistema que pone en contacto a personas con o sin webcam de forma aleatoria (eso sí, si entras sin cam no contactaras con nadie o será complicado). Cuando accedemos vemos en la esquina inferior izquierda del sitio una pequeña pantalla que pertenece a nuestra webcam, justo encima otra pantalla igual donde aparece la webcam de otro internauta al azar y finalmente a la derecha está la parte para chatear. Listo, no tiene más. Una vez entremos Chatroulette nos conectará automáticamente con otro usuario, si nos cae bien podremos interactuar con él mediante imágenes (las de la webcam), sonido y texto y si no nos simpatiza tan solo hay que picar un botón para pasar al siguiente usuario.”


LUIS (38 AÑOS)

00:15.

Luis encendió el ordenador, tecleó en el buscador su página de chatroulette favorita y comenzó a masturbarse. Llevaba practicando el mismo ritual durante las dos últimas semanas desde aquel desagradable incidente. Miró el reloj digital que había sobre la mesilla de noche: las doce y cuarto de la madrugada. Siempre la misma hora, siempre la misma página. Sabía lo que buscaba. La buscaba a ella.

00:30.

La webcam de su ordenador nunca enfocaba su cara. Luis nunca había sido el más popular de su instituto, ni el tipo de hombre al que las mujeres piden fuego al salir de una discoteca. A decir verdad, Luis no era nadie y nunca lo había sido. Por más que lo había intentado, las chicas con las que había querido algo siempre se habían echado para atras, ya fuera por su físico o por su introveretida personalidad. De pocas palabras, Luis siempre había soñado con una relación estable, tachando las relaciones esporádicas de salvajismo e inconsciencia. Luis continuó pulsando el botón del teclado que le hacía cambiar de una cam a otra. La encontraría. Sabía que estaba allí. Ya la había visto otras veces. Mientras, su pene se iba poniendo cada vez más duro.

1:00.

A Luis le gustaba mirar los lugares desde los que la gente al otro lado de la pantalla emitía con su cam. Podía ver habitaciones oscuras, persianas bajadas, lugares soleados. Podía ver amaneceres y noches cerradas, luces y sombras, lugares en guerra... pero sobre todo, veía la soledad de las personas. Personas como él, que no habían tenido tantas oportunidades en la vida. Imaginó las vidas de todos ellos: solitarios, aburridos, pederastas, enfermos, exhibicionistas o simples colgados, pero todos solos, con el deseo de ser aceptados sin importar el tamaño de sus penes. Luis continuó tecleando el botón “siguiente”. Las webcams segúian alternándose. Apenas un parpadeo de la vida de cientos de desconocidos a traves de la pantalla de un ordenador. Luis miró el reloj: la una. Comenzó a oir las voces en su cabeza.


ALBA (19 AÑOS)

1:30.
Era la una y media de la madrugada. Alba encendió el ordenador. Había discutido con su madre, por lo que su cita diaria con el chatroulette no comenzó a la hora de siempre. Llevaba conectándose a aquella web desde hacía dos semanas. No sabía por qué lo hacía. No le gustaba ver viejos tocándose, babosos y demás. Tal vez se encontraba demasiado sola, tal vez demasiado aburrida. A veces soñaba con el príncipe azul. Tal vez hoy lo encontrara al otro lado de la pantalla.

1:45.

Luis comenzó a ponerse nervioso. Sabía que si continuaba masturbándose las voces pararían, pero también saldría la sangre del demonio. Su padre se lo habá dicho cuando él era pequeño, y tambien Don Francisco en el colegio Salesiano: “si te tocas el pene, Dios se enfurecerá y te castigará haciéndote sangrar con la sangre del demonio”, le solín decir. Él siempre paraba a tiempo. Recordaba a su amigo Francisco, como había sobrepasado los límites del placer, como había sangrado por el pene la sangre del demonio. Las voces en su cabeza le llamaban. Sabía que si seguía tocándose aplacaría la ira de la voz, pero si no paraba... Si no paraba dios se enfurecería.

1:45.

Para Alba todos eran iguales: penes sin rostro. Unos más grandes, otros más pequeños, más bonitos o más feos, pero todos tristes. Algunas pocas veces veía algún chico que no estaba masturbándose e intentaba entablar una conversación con él, pero tras comprobar estos que ella no se quitaba alguna prenda ni tenía intención de hacerlo, se marchaban en busca de otra más dispuesta. Alba no tenía amigos. Los había ido perdiendo poco a poco desde que sufrió el accidente. Eran las dos de la mañana. Pulsando una tecla, mirando un pene tras otro, Alba comenzó a llorar.

1:45.

Luis había conseguido reprimir su placer, había podido mantener a raya la sangre del demonio. Sus pantalones aún estaban bajados hasta los tobillos, pero esta vez su webcam apuntaba hacia su rostro. Nunca había probado a hacerlo. Suponía que se burlarían de él. Además, las mujeres siempre elegían el pene más grande, no la cara más fea. Por su cabeza pasó la chica a la que buscaba desde hacía dos semanas, a la que persegíua a traves de cientos de webcams a la misma hora de la madrugada.  Sólo la había visto en aquellos breves pestañeos entre cámara y cámara. Solo una milésima de segundo había bastado para enamorarse de ella. Tal vez otros menos acostumbrados a fijarse en los detalles no lo hubieran advertido, pero Luis lo había visto: la tristeza que emanaba de sus ojos, la oscuridad de su cuarto con peluches de una infancia olvidada sobre una cama situada tras ella. También vió el respaldo de la silla de ruedas sobre la que estaba sentada. Luis supo que ella le amaría.

1:53.

Entre las lágrimas, Alba pudo ver al otro lado de la pantalla a un hombre. No era agraciado físicamente, y no estaba masturbándose. Simplemente reflejaba un tipo de tristeza en sus ojos que ella nunca había visto. Sintió curiosidad. El hombre era de la misma ciudad que ella. Le hizo un gesto con la mano para llamar su atención y que no se marchara y luego tecleó: “Hola!!!”

1:53.
Luis acababa de encontrarla, sus vidas habían convergido entre las vidas de cientos de persanas que en aquel momento estaban conectadas al mismo tiempo en aquella web. Sobre la pantalla de su ordenador surgió una palabra: “Hola!!!”. Luis esbozó una sonrisa y comenzó a teclear. Sus pantalones seguían bajados.

1:55.

Alba nunca había visto a aquel hombre en otras ocasiones, o tal vez no se había fijado. Era bastante mayor que ella, pero no parecía ser como los demás. Parecía sincero. “Cómo te llamas?, tecleó. En su pantalla apareció la respuesta: “Soy Luis ¿y tú?”. Alba respondió: “Yo soy Alba”.

2:00.

La alarma del reloj de la mesilla de noche comenzó a sonar. Luis lo miró: las dos de la mañana. Una expresión de terror inundó su rostro. Al otro lado de la pantalla, la chica esbozó un gesto de extrañeza. ¡No, aquello no debía estar pasando!. ¡Se arruinaría todo!, temblando de miedo, Luis cogió el reloj y lo tiró al suelo, rompiéndolo en pedazos. El horrible sonido de la alarma cesó, pero la hora segía siendo la misma. Las voces de su cabeza volvieron a comenzar.

2:00.

Alba se asustó. Estaba manteniendo una agradable conversación con aquel desconocido (“Luis, se llama Luis”) cuando algo había ocurrido. Un sonido había comenzado a salir de sus auriculares. Era como la alarma de un reloj despertador. De repente, Luis había empezado a ponerse nervioso y a hacer extraños movimientos y a gritar extrañas frases, tras lo cuál cogió algo de una parte de su habitación que no se veía a traves de la pantalla y después se escucho un golpe. Luis había vuelto a tranquilizarse. La escribió que no pasaba nada, que el sonido de su despertador le había sobresaltado, después había sonreido. Hubo algo en aquella risa que no le gustó nada a Alba. Algo salvaje y desconocido, como una fiera sedienta de sangre. De repente, Alba sintió miedo. Situó el dedo en la tecla que pondría fin a aquella locura, la tecla que le llevaría de nuevo a ver penes y más penes tristes. Por el rabillo del ojo pudo ver el reposabrazos de su silla de ruedas. El chat le hacía olvidar el accidente, le hacía olvidar que se había quedado sin piernas. Ella también gritaba a veces. Gritaba hasta quedarse sin voz. Quería levantarse, coger su maldita silla de ruedas, tal y como aquel hombre tras la pantalla había cogido aquel reloj despertador, y tirarla por la ventana. Pero no podía. Sabía que no podía. Que si la silla caía, caería ella también. Alba retiró el dedo de la tecla. Nada cambió. El extraño seguía sonriendo tras la pantalla. Alba sonrió también, con una sonrisa pura, sincera, carente de maldad. Sintió pena por aquel hombre, pues veía en su risa el mismo miedo a la gente, la misma forma de odiar al mundo que sentía ella en su interior. Alba comenzó a teclear de nuevo. Le hablo de su familia. Le habló del accidente que la había privado de una vida normal.

2:15.

Luis tenía miedo. Sus piernas estaban temblando, pero intentaba que ella no lo notara. Las voces de su cabeza eran cada vez más fuertes y le instaban a hacer lo que tenía que hacer. Durante muchos años se había negado a llevar a cabo los dictados de Dios. Él estaba convencido de que era Diós quien le guiaba, quien se metía en su cabeza, le hablaba  y le mostraba la senda de la verdad y el amor. En el seminario, en sus años de formación, había intentado delimitar el bien y el mal. Pensó que lo había conseguido hasta que muchos años después, una noche, había comenzado a escuchar a Dios. Había sido hacía tres meses. La voz le obligaba a amar al prójimo, a impartir el amor y la salvación a los niños y niñas que acudían a sus clases de catecismo. Aquello era la obra de Dios. No podía haber nada malo en impartir amor. Miró sus hábitos colgados de la percha de su armario. Aquello era la palabra de Dios.

2:30.

Hacía unos pocos años que Alba había comenzado a fijarse en los chicos. Estaba en aquella edad en la que llamar la atención de un chico que le gustaba era más importante que labrar su porvenir. A su madre le gustaba mucho esa expresión: “labrar un porvenir”. Como si todo fuera un maldito campo se zanahorias. El problema es que Alba nunca más podría labrar, ni sembrar, ni ir siquiera por un maldito campo. Sus falta de movilidad se lo impedía, asi como también impedía que la gente quisiera relacionarse con ella y mucho más que algún chico se interesase en sus encantos. Aún recordaba aquel fatidico día, cuando Juan, el chico al que amaba, murió en aquel accidente de coche. Recordó como el rostro de su chico chocó violentamente sobre el volante, como saltaron los cristales y se clavaron en su bello rostro de adolescente, como se doblo todo su cuerpo en una postura imposible.. Recordaba también lo mucho que había bebido Juan antes de ponerse al volante. Lo recordaba todo... Ella iba sentada a su lado aquel día.

2:45.

Tres menos cuarto de la mañana. Ahora Luis lo sabe todo. Conoce todos los recovecos del alma de Alba. Sus secretos, su infinita tristeza. Conoce su historia, la de su familia. Las voces siguen sonando en su cabeza, pero ahora no puede aplacarlas con la masturbación. No delante de ella. El sudor empapa su cuerpo y su corazón. Teclea una frase para su dulce ángel triste: “Voy al servicio, ahora vuelvo”. Una sonrisa ilumina la oscuridad al otro lado de la pantalla. Unas palabras aparecen: “Vale, aquí te espero”. Luis se levanta y se coloca en un rincón de la habitación donde la webcam no le graba, donde ella no le mira, donde nadie ve su verguenza, va a acallar la Palabra de Dios. Comienza de nuevo a masturbarse. Mientras, la vigila.

2:45.

Mientras Alba ve cómo su interlocutor sale del rango de visión de la cam, piensa en lo mucho que le gustaría conocer en persona a alguien como él. A alguien que merece la pena. Lástima de su edad. Al comentar ambos sus respectivos lugares de residencia, han descubierto que son vecinos. Viven en el mismo barrio. Tal vez algún día le viera por la calle, tal vez incluso ya le haya visto alguna vez. Pero claro, antes no se conocían. Ahora lo saben todo el uno del otro. Luis es dulce y comprensivo. Incluso creyó ver un atisbo de lágrimas en sus ojos cuando le explicó la terrible historia del accidente que la dejó postrada en una silla de ruedas. Él la dijo que era como un ángel sin alas, y que algún día volaría alto. Que había que amar y ser amado. Mientras esperaba el regreo de Luis, Alba cogío un periódico de su mesilla. La fecha era de ayer. Era uno de aquellos diarios gratuitos que reparten en el transporte público. Miró la portada y recordó la discursión con su madre: “La joven Liliana, de nueve años de edad, sigue desaparecida” Su madre había puesto aquella noticia sobre su rostro y la había gritado: “ ¡Mira lo que le ha pasado a esta pobre niña! ¡Las desapariciones continúan y tu mientras hablando con desconocidos por internet!”. Aquella madrugada su madre había entrado en su cuerto y la había pillado haciendo chatroulette. No entendía por qué su madre se enfadaba tanto. Solo estaba conociendo gente, solo estaba relacionándose. “¿Hablando con deconocidos?”: Luis no era un desconocido, ya no. Algó atrajo la atención en el cuarto vacía que aparecía en la pantalla de su ordenador. Apenas una mancha negra en la pared. Se acercó a la pantalla y miró con detenimiento. Era un hábito de cura colgado en un armario.

2:47.

Luis vio cómo el bello rostro de Alba se iba acercando. Supuso que algo la habría llamado la atención, entonces, de repente, una pregunta apareció en su pantalla: “¿Eres cura?”. Luis dejó de masturbarse. Aquel era un momento peligroso. Dependiendo de la respuesta, podría triunfar o mandar todo al infierno. Él sólo quería amarla. Sopesó las posibilidades. Dios seguía hablando en su cabeza. Dios estaba enfadado porque  no estaba predicando el amor. La última vez que había estado tan furioso con él no podía masturbarse, asi que tuvo que acallar sus voz con un beso. Los besos eran amor. Aún recordaba los labios de aquella niña, de su alumna de catequesis. Liliana. Se llamaba Liliana. Dios se había puesto contento. Las voces de su cabeza habían remitido, pero Liliana no había comprendido el amor del Señor. Había maladad en ella. Por eso no lo había comprendido. La salvó a tiempo. La envió con Dios para aprender el complicado significado del amor. Había sido hacía dos semanas. Desde entonces sólo quería mantener contento a Dios. Miró de nuevo la pregunta que aparrecía en la pantalla, después tecleó.

2:50.

Tras ver la respuesta de Luis a su pregunta, casi se sintió decepcionada. Luis era sacerdote. Tal vez por eso había accedido a hablar con ella a pesar de su minusvalía. Por otro lado, confió más en él. Aquel hombre era el amor hecho persona. La llamaba ángel sin alas y la decía cosas preciosas. Nunca habían hechoo eso por ella desde que ocurriera el accidente. Lo máximo que había recibido habían sido miradas apartadas y cabezas gachas. Mientras esperaba la respuesta por parte de Luis a una de sus preguntas, Alba miró a la cama, a sus peluches. Era todo lo que tenía de su infancia. Su padre había muerto cuando ella tenía siete años, también de un accidente de tráfico. Desde entonces la había criado su madre, la cual había conocido a un hombre hacía dos semanas (las mismas que llevaba Alba conectándose a chatroulette). Su madre y aquel hombre habían empezado a salir juntos algunas noches. Veía a su madre con una ilusión como no vislumbraba en años, pero a cambio ella se sentía más sola todavía. No era una cuestión de egoísmo. Ella quería a su madre, y le encantaba verla feliz, pero también queria ella un poco de esa felicidad. El accidente que se había llevado sus piernas tambien se había llevado su felicidad. Miró la nota que su madre le había dejado aquella misma tarde: “Esta noche saldré con Ernesto. Volveré mañana por la mañana. Cena lo que hay en la nevera. Ten cuidado. Te quiere: mamá.” Alba aún no había cenado. Solo había pulsado aquel botón que iba de una webcam a otra, de un pene triste a otro pene triste, de una soledad a otra, hasta que había encontrado una luz entre tanta oscuridad: una luz llamada Luis.

PRESENTE:

2:59.

Dos  y cincuenta y nueve de la madrugada. El reloj despertador está hecho pedazos en el suelo, pero Luis sabe que en un minuto las voces le obligarán. Ya no tendrá la escusa de ir al baño. No podrá aplacar la ira de Dios. Deberá predicar el amor para conseguirlo. Pero ella está tan triste, tan falta de amor... ¿comprendería ella el amor, o tendría que enviarla con el Señor como a Liliana? No, ella lo comprendería. Estaba triste. Necesitaba que la amaran.  Luis sabe donde vive. Ella se lo ha dicho, ella se lo ha confiado. “Hay que confiar en Dios y en los predicadores de su palabra.”, eso le había dicho Don Francisco en el colegio Salesiano. También le había enseñado a acallar las voces de su cabeza,  la palabra de Dios. Don Francisco lo llamaba lujuria. A los quince años le había enseñado a masturbarse. Se lo llevó a su despacho y le dijo: “Esto no es un pecado. Yo lo hago. Así mantenemos a raya la lujuria que corroe nuestras almas”, después le había tocado. “Haz esto cuando sientas la lujuria oscureciendo tu alma, pero no hagas salir la sangre del diablo- le había advertido Don Francisco- la sangre del demonio es la impureza de nuestros corazones y un estigma de Lucifer”. Luis no le había contado nada de aquello a nadie: “Eres el Elegido, Luis- le había dicho Don Francisco- Dios está en tu cabeza y te habla. Pero el Señor prefiere que guardes su voz como tu más íntimo secreto”. Luis ve la sonrisa de Alba al otro lado de la pantalla. Ella será merecedora de su amor. Merecedora del amor de Dios. Luis sonrie. Tres de la madrugada. La alarma no suena, pero Luis comienza a sudar.

2:59.

Alba tiene hambre. Ya puede cenar tranquila. Sabe que Luis no se marchará del otro lado de la pantalla, que la esperará, y, si por algún casual lo hace (tal vez por que él estuviera muy cansado y quisiera acostarse), podría llamarle al día siguiente. Ya habían intercambiado sus números de teléfono.. Se siente segura hablando con aquel hombre, sin importar la gran franja de edad que los separaba. Su estómago ruge como suplicando alimento. Mira a Luis y teclea: “Tengo hambre. Voy a cenar. Ya hablamos más tarde, y si no mañana. Puedes llamarme cuando quieras. Un beso”. Espera a que el se despida también y después agarra las ruedas de su silla para desplazarse. Va a cenar.

3:00.

Alba sale del ángulo de visión de la webcam. Lo único que Luis puede ver ahora en su pantalla es una habitación en penumbra con una cama llena de peluches. Mira la frase de despedida de Alba entre sudores y jadeos. Una de aquellas palabras quema en su corazón: “besos”. De repente lo tiene claro: ella comprenderá el amor de Dios, ella comprenderá su amor. Luis pulsa con el ratón el botón “salir”. Lleva horas sin pulsarlo. La habitación en penumpra desaparece, la cama desaparece, los peluches desaparecen. Ya no hay nadie al otro lado de la pantalla. Despacio se levanta, se desnuda de sus vulgares vestiduras y se viste con la sotana. Descubre una minúscula mancha roja en la manga. La sangre es dificil de limpiar. Se mira al espejo. Su frente sudada, su mirada perdida. Dios está furioso. El arañazo que hay en su mejilla aún no se ha borrado del todo. Maldita Lilian. No quería comprender el amor de Dios, pero había sido inutil haber querido defenderse de él. Luis pensó que ahora mismo Liliana estaría a la derecha del Señor arrepintiéndose de aquel arañazo. Luis cogió su crucifijo y se lo guardó en el bolsillo. A la mente le viene el pequeño cuello de Liliana siendo abrazado por aquel crucifijo. No, siendo abrazado por Dios. Coge las llaves de su casa y sale a la calle. El ordenador está apagado.

JAMES (20 AÑOS):

3:45.

James es ecuatoriano. Lleva en España un año, pero aún no se siente integrado. Su familia casi nunca está en casa. Siempre están trabajando para sobrellevar el día a día. Trabajan en horario nocturno, por lo que por las noches se queda solo en aquella destartalada casa de alquiler. Al menos tiene conexión a internet. Nueno, el vecino tiene conexión, él se la roba con una aplicación informática. Son las cuatro y media de la mañana. James tiene el ordenador encendido. Se mete en la página de chatroulette de siempre. Sólo quiere hacer amigos. Sentirse integrado. Le asquea ver todos esos chicos masturbándose, pero a veces habla con alguna persona que merece la pena. Pulsa el botón y comienza a visualizar las vidas anónimas de cientos de personas. Nunca ha hablado con una chica por chatroulette. Las cámaras van alternándose a un ritmo vertiginoso. Breves pestañeos en la rutina de cientos de personas solitarias y aburridas. De repente retira el dedo del botón “siguiente”. Al otro lado de la pantalla hay una chica. Es muy guapa. Vive en otra ciudad. Su mirada refleja una insondable pena, aunque un atisbo de sonrisa se adivina en su rostro. “Hola!”, teclea James. Ella le saluda con la mano, seguidamente, pregunta: “¿que tal?” “Aquí, acabo de cenar”- contesta ella. La conversación continúa:

 “¿Te conectas mucho por aquí?”-pregunta James.

“Sí, desde hace unas pocas semanas”

“Y qué...¿mucho guarro?”

“jajajaja, bueno, acabo de conocer a un hombre muy majo”

“¡Anda!”

“Se llama Luis, es un cielo. Hace un momento estaba hablando con el, pero he ido a cenar y cuando he vuelto ya no estaba. Aún así tengo su número de teléfono. Mañana le llamaré. Me gusta hablar con él”

“¿Te fias de ese chico?”

“Bueno, no es un chico, tiene ya 38 años, pero es muy majo. Me gusta hablar con él”

“¿Y quedarías con él?”

Un sonido se escucha al otro lado de la pantalla. Un sonido que viene del otro lado de la webcam. James ve cómo a chica deja de escibir y mira hacia atrás.

“Qué raro- escribe ella-acaban de llamar al timbre. Supongo que será mi madre. Ahora vuelvo. Espérame y seguimos”.

“Vale”- contesta el chico.

James se da cuenta de algo en lo que no había reparado antes. Aquella chica va en silla de ruedas. No le importaría ser amigo suyo, incluso le parece muy guapa. No le importaría su minusvalía, ni que vivieran en ciudades diferentes. La espera mirando fijamente a la pantalla, aquella habitación en penumbra, aquellos tristes peluches de otros tiempos. Espera diez minutos a que ella volviera. Espera media hora, una hora. Ella no vuelve. Coloca el dedo sobre el botón “salir” y lo aprieta. La pantalla del ordenador queda en negro. Desde que desapareció su hermana Liliana, James se siente muy solo, pero sabe que Dios cuida de ella allá donde esté. Tiene esperanza de volverla a ver. Tiene fe en ello. Reza cada mañana por ello. Él lo sabe: Dios está con ella.

Dios la protege.


EPÍLOGO (5:59).

Es noche cerrada. Los solitarios y los aburridos navegan por internet y muestran su rostro y sus vidas a desconocidos. Algunos relatan historias tristes, historias de otros tiempos. En la oscuridad, un hombre sonriente las escucha todas. Él comprende la tristeza mejor que nadie. Él escucha a Dios y predica su amor. Hoy su Dios está contento. La besó antes de enterrarla. La alarma de su reloj nunca volvería a sonar. Podía dormir tranquilo hasta que su Señor requiriera de sus servicios. Al fin y al cabo, era su trabajo. Él era el Elegido.

...


“TU WEBCAM NO ESTÁ CONECTADA EN ESTOS MOMENTOS. ¿DESEAS CONECTARLA?”...




NOTAS: en este relato quería convertir internet, y en particular los chats (muy especialmente los chats aleatorios con cámara web, llamados comunmente chatroulette) en espacios cerrados y claustrofóbicos, espacios donde das vueltas y más vueltas alrededor de la locura, del bien y del mal. Creo que no existe en internet una línea que delimite el bien del mal, aunque también soy consciente de que la maldad es característica de las personas, no de las tecnologías. He intentado dejarlo claro desde el principio. Las obsesiones son cosas del hombre. La locura existe. Creo que no tengo más que decir, salvo que os cuideis de los hombres sonrientes.




Jorge de la Torre Jáñez
(28 y 29 de Agosto de 2014. Robledo de Chavela)